OTOÑO CALENTITO
El calor del verano no sólo ha tostado la piel de los amantes de la playa, también ha tenido el mal gusto de chamuscar muchas relaciones. En las consultas vemos un desfile de parejas rotas después de cada verano. El argumento que más se esgrime, para justificar esta debacle,es que durante las vacaciones se pasa mucho tiempo juntos y eso quema más que el sol, pero en realidad no es ese el verdadero problema.
Las relaciones de pareja subsisten por dos mecanismos principales, que a su vez están sujetos por una serie de pequeños engranajes que los mantienen activos. Los dos mecanismos son bien diferentes/opuestos, pero igual de eficaces, y no son otros que miedos y deseos.
Los miedos nos ponen delante lo incapaces que nos sentimos a la hora de afrontar la soledad y nos mantienen atados a situaciones a menudo desagradables e insatisfactorias, generan mecanismos de ceguera y autoengaño y elaboran justificaciones peregrinas para mantenernos firmes o renqueantes, aguantando épocas de temporales alternadas con algunas calmas tensas y con muy pocos momentos de verdadero disfrute.
El deseo en cambio se rige por parámetros bien distintos, es un motor que se alimenta de ilusión, de entusiasmo, de generosidad, que construye rutinas de calidad y que mima cada acción vinculada a mantener ese proyecto inicial que ambos elaboraron en su día.
Mantener el deseo es una labor individual pero que debe retroalimentarse con las actitudes del Otro. La vida nos va poniendo pruebas, nos presenta obstáculos y es importante que uno de los dos se mantenga firme para no dejar que el Otro caiga, arrastrando en la caida todo lo bueno construido hasta entonces.
Es cierto que en verano se tiene más tiempo libre y eso contribuye a vislumbrar y plantearse algunas cuestiones, a diario obviadas por la prisa y las obligaciones, que cuando se hacen patentes plantean dudas e incorporan elementos boicoteadores que crean esos virus malignos que cuestionan todo, magníficando lo negativo e incapaces de reconocer lo bueno que a menudo tiene mucho más contenido.
El trabajo terapéutico comienza por hacer una valoración de la historia, es importante analizar los vínculos que existen, la salud o patología de los mismos. Distinguir dónde había miedos y dónde deseos.
Si después de dicho análisis valorativo se concluye que merece la pena el esfuerzo de reconstruir lo dañado se pone manos a la obra, pero si se determina que la relación era más dañina que satisfactoria, el trabajo tiene que basarse en gestionar una separación con los menores daños colaterales.
En cualquier caso las personas más capaces son siempre aquellas que reconocen sus errores, que nos se dejan arrastrar por la rabia ni el deseo de venganza y que tienen un alto grado de generosidad emocional.
Si se quiere/se ha querido a alguien de verdad, en lo único que uno debe empeñarse, incluso en esos momentos tan difíciles en los que la herida narcisista sangra a borbotones, es en desearle lo mejor y respetar sus deseos. A la vez que ir haciéndose cargo de su nueva situación, gestionandola con serenidad y paso firme.
Las crisis, las rupturas siempre lo son, son un buen momento para seguir creciendo, así que no lo confundamos con una guerra intestina para demostrarle al otro que nos importa un bledo, sino todo lo contrario. Hacedles saber que lo vivido juntos ha merecido la pena y que no os lo hubierais perdido por nada del mundo. Aunque tengáis muy claro que todo lo que queda por construir, disfrutar y vivir también tendrá esos niveles de calidad que uno es capaz de conferir a cada cosa que hace.